Nadie me contó que tendría la manos más ásperas. Que mis dedos se iban a quedar enganchados en tus leotardos. Nadie me contó nada sobre este miedo. En la barbilla. En los muslos. Nadie me contó que hasta entonces no sabría lo que era el miedo. Nadie me contó que la nostalgia duele. Que los día pasan y son como espinas. Nadie me contó que la muerte dejó de ser una opción, la última. Ya no hay opciones más allá de tu suavidad. Nadie me contó que mi cuerpo dejaría de serlo. Que mis pechos estarían en el mismo centro del universo. Nadie me contó que sería tan duro. Tan extremo. Tan animal. Como tú. Nadie me contó que tendría que echar el freno. Respirar. Solo eso. A tu lado. Respirar-te. Atrapando el tiempo. Jugando con las horas. Como una funambulista ciega. El abismo a nuestros pies entrelazados. Nadie me contó que dejaría de ser yo. Que a veces iba a odiarme y otras a echarme de menos. Nadie me contó que la perra dormiría en el sofá. Esperando. Que iba a volver más ajada, como yo. Nadie me contó que el mundo se podía parar en una sonrisa ni que el amor es líquido, quema y se inhala. Que ahoga y resucita. Cuando te miro, Luna.
Primera vez. Un boceto
divagaciones, yo mí me conmigoAlgún día te contaré que la primera canción que escuchaste fue ‘No sé dibujar un perro’, de Sidonie. Que en la primera obra de teatro que viste la protagonista era una gota de agua. Pero eso daba igual, lo que importaba era fliparlo con la percusión. Ploc, ploc… Plik. Qué ojos tan abiertos. Y qué pronto te aburriste. Te contaré que ese mismo día visitaste tu primera exposición, la de Gloria Fuertes en El Centro Cultural de la Villa, porque llegaste a un mundo en el que la poesía era tan necesaria como el feminismo. Por eso hay libros que son mujeres.
Y, hablando de libros, te contaré que el primero que te leí fue ‘Tierra de campos’, de David Trueba. Que hablaba de muerte y tú te reías. Te contaré que siempre reías. Y espero que, al menos en eso, no hayas cambiado nada. Que la muerte te pille tan lejos que te dé risa.
Todo estaba lleno de primeras veces. Dulces. Tiernas. Todo era una primera vez en una esquizofrenia de suavidad. De leche. De mi cuerpo empeñado en seguir gestándote. Un cuerpo raro, blando, que no era el mío. Una piel áspera que se perdía entre tanta delicadeza.
Te contaré que fuiste un milagro. Que quise escribirlo todo, pero no tuve tiempo para escribir nada. Ni siquiera lo de aquel pajarito que se cayó del nido y fue a parar a nuestra cocina. Ese pájaro con la mirada asustada que me hacía pensar en ti con la boca abierta. Ese pájaro al que, quiero pensar, le salvé la vida. Por él. Y por su madre. Y por ti, que abres la boca y sacas la lengua cuando tienes hambre. Y por mí, que ya no sé quién soy. Pero contigo.
Abandonado
fragmentosHoy miro mi cuerpo desnudo en el espejo y no me reconozco. Lolita ya no está ni sus labios rojos lucifer dejan marcas en estas sábanas blancas y secas. Es tan absurdo. Más de 30… Wendy envejece con un dedal clavado en el pecho. No queda carne en las caderas de tanto vomitar manzanas que no envenenan. Lo único que baila en esta casa tan triste son los corsés sobre mi pecho desgastado. Abandonado.
Sobre mi espalda
fragmentosNo pienso tatuarme tus besos fríos sobre mi espalda. Ha llegado el invierno. Es un domingo por la tarde del mes de enero y ya es de noche. Sobre la mesa no hay nada más que un cenicero con colillas y el rastro de tu ausencia. Ni la perra ladra. Ni las luces parpadean. Ni nada. Siento elevarse mi pecho. Todavía respiro. Respirar, sólo eso. Me pregunto cuándo dejé que se me escapara la vida. Por hacer algo. Me importa una mierda la respuesta. Debería leer o anestesiarme, pero me quedo en la nada. No sé si esto es autodestrucción o ansia de amor si es que ambas cosas no son la misma. Da igual. No pienso tatuarme tus besos fríos sobre mi espalda.
Y tenía tus ojos
fragmentosEs como si me hubiera quedado sin nada. Nada que decir, nada que escribir, nada que sentir, nada en el estómago, nada encima de las costillas ni alrededor de las muñecas.
Nada.
Vacío.
Ni siquiera muerte, que vino tan pronto y tenía tus ojos.
Para sentir algo, aunque fuese asco
fragmentosMis manos, a veces, no fueron manos. Eran nudillos. Y me gustaban. Me gustaba tocarlos y sentir sus huesos. Huesos perfectos apenas sin carne que vomitar. Eran muñecas empuñadas que me torturaban. Me torturaban y me daban placer al mismo tiempo. Un placer irracional, enfermo, desde las manos. La enfermedad de mis manos que se deslizaban por cuerpos extraños. Para sentir algo, aunque fuese asco.
Como un siniestro sacrificio
fragmentosUn momento congelado en el estómago.
En el estómago vacío. En el vacío del estómago,
vacío de palabras,
de jugos, de animales, de deseo.
Ni fuerza para vomitar las imperfecciones.
Ni nada.
Como tener el corazón entre las manos y que la sangre se deslizase por mis brazos.
Como un siniestro sacrificio.
No me hables de amor
fragmentosNo tengo ganas de resucitar. Me quedo aquí, donde nadie duele ni mis huesos lloran imperfección, No tiene piel, ni sangre, ni venas, ni nada… Son sólo huesos. Y ya no hay curvas donde enterrar cadáveres que se empeñan en hablar de amor. No tengo ganas de morir. No tengo ganas de resucitar. No me hables de amor.
Arrebatarme la niñez
fragmentosSé que estás ahí, en algún sitio. En un recuerdo sin esperanzas o en la cicatriz invisible que recorre mis párpados cuando los cierro. Cuando me visto de rojo o me empeño en recorrer esta ciudad en leotardos y botas de agua. Sé que estás ahí, en algún sitio. En la desmemoria de un charco sucio o en la piel de mis labios. Cuando camino descalza y se me ensucian las plantas de los pies. Sé que estás ahí. Y, sin embargo, sigo jugando a arrebatarme la niñez.
Y bastaba
fragmentosTe quise, te quise y era como una canción de los Beatles, como si solo tú y yo hubiésemos descubierto la fórmula del amor, como si nadie más hiciera el amor, como si perdiéramos la virginidad en cada intento, pero sin miedo ni dolor. Éramos especiales, como April y Jack antes de ser los Wheeler, cuando bailaban y no les hacía falta soñar, porque no dormían, porque se tocaban y bastaba. Bebíamos cerveza a miles de kilómetros del Lower East Side de Manhattan. Y cerca de allí fuimos a morir, a las puertas del Edificio Dakota, donde asesinaron a Lennon. De repente, sin avisar. Nos matamos. Y bastaba.