Y nos entenderemos

fragmentos

Búscame cuando ya no tenga nada que decirte. Cuando me haya quedado muda y sólo tenga caricias que te hablen. Cuando las palabras no se conviertan en un laberinto siniestro del que es imposible escapar. Cuando no me hagan trampas laístas, loístas, leístas y hasta laicistas. Cuando no titubee intentando regalarte una metáfora ñoña y absurda, como yo. Cuando las eses de niña bien no resuenen en tu cabeza horas después de haberte marchado. Cuando no me sienta incapaz de ser graciosa, ágil, y me atragante.

Cuando no tenga nada que decirte, sólo quedarán nuestras lenguas. Y nos entenderemos.

Tan rara

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Padre dormitando aferrado al mando a distancia. Un partido de baloncesto en el televisor. El volumen demasiado alto. Atrona ru(t)ina. En los auriculares suena la voz de Nacho Vegas, dice que habla solo, que bebe té. Y yo hablo con él. Le digo que no hay guerra más cruel que la de uno contra uno mismo. Justo allí, cerca del cielo. La perra se tumba en la puerta donde está la jaula de la coneja. Espera que salga. No quiere comérsela. Sólo demostrar quién manda. Me suena. Es la ru(t)ina de esta España tan rara.

Sin piel, con huesos

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Nunca imaginé que me encontraría contigo en la noche de Todos los Santos. Allí, al otro lado de la frontera, no puedo rozarte. No hay besos ni caricias. Ni siquiera huele a ti. Sólo tierra, tierra y lombrices, en mi espalda, justo donde deberían estar tus manos enormes, que ya no son manos, sino recuerdos. Delirios sin piel, con huesos.

Cómo te llamabas tú?

fragmentos

—¿Si te pregunto una cosa me matas?
—No sé, prueba…
—El caso es que no recuerdo tu nombre.

—No me mires así, por favor. Ayer había bebido demasiado. Lo siento.

—De verdad, ¿qué importa un nombre? Me acuerdo de muchas otras cosas.
—¿Sí? ¿De qué?
—Recuerdo que te tapaste la cara con vergüenza después de besarte. Recuerdo tu timidez al quitarte la ropa. Recuerdo que te transformaste en otra cuando te pedí que te tocaras para mí. Recuerdo sentirte muy niña cuando te adormilaste encima de mi pecho. Recuerdo cómo se iba tranquilizando tu respiración. Recuerdo que esta mañana cuando he abierto los ojos me he enamorado de ti.

—¿No me dices nada?
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Cómo te llamabas tú?

(In)destructibles

fragmentos

Te busqué todo un verano. El que me había propuesto que fuese el más feliz de mi vida. Qué ilusa.

Habían cambiado tantas cosas últimamente. Ya sabes, me corté el pelo muchísimo. El símbolo de haber terminado con todo aquello que me hacía daño. Sansón a la inversa. Siempre me gustó hacer las cosas justo al revés de lo que se espera.  

Y allí estaba, en pantalón corto y camiseta de tirantes blanca. Mirando el móvil. Buscando tu nombre. Bloqueando el teléfono. Dejándolo boca abajo encima de la mesa. Volviéndolo a coger. Mirando nuestras fotos. Escuchando esa canción una y otra vez. Esperando(te) en un bucle al que no quería, o no podía, poner fin.

Pasó julio. Y agosto. La niña que vive en mí estaba convencida de que volverías en septiembre. Pero aquí no hay nadie. Ya no hay nada. Ni siquiera hace calor.

Puede que jamás me reconcilie con el verano. 

Y se besaron

fragmentos

—Estás muy callada. ¿En qué piensas?
—En Nueva York. Siempre pienso en Nueva York. Tengo una idea! Cierra los ojos y dame tu mano, aprieta la mía fuerte.
—No lo notas?
—El qué?
—Está lloviendo. Hay una tormenta de verano enorme sobre Central Park. No escuchas los truenos?

Él se reía. Ella siempre pensaba en Nueva York. Él siempre se reía.

—Míranos. Ahí estamos. Tú y yo. Mojándonos. Descalzos, despeinados, empapados. Felices. Míranos como en un travelling circular.

Él volvió a reírse.

—Mi amor, vamos a ir juntos a Nueva York, ¿verdad?
—Claro que sí, vamos a ir juntos al fin del mundo.
—Eso es imposible.
—¿Por qué?
—Porque juntos convertimos los finales en principios.

Qué hacer

divagaciones

No sé qué hacer con este abismo, con el socavón que se me ha abierto justo encima del estómago. Un agujero negro que atrae hacia su nada un millón de recuerdos futuros, que ya nunca estarán completos. Soy una mujer amputada. Ni siquiera tengo 30. Y quizá si me arranco los ojos de niña deje de sufrir.

Quema-dos

fragmentos

Vuelvo a la cama y te encuentro. Dormido. Desnudo. Tu piel enredada entre las sábanas y el sol que quema justo en tus muslos. Envidia. Me quito la ropa de manera atropellada. Me tumbo. Lío más la madeja. Enredo mis dedos en tus manos, mis rodilla entre tus piernas, mi cuello en tus clavículas, mi aliento en tu mejilla, mi susurro en tu oído. Abre los ojos y mírame. Vamos a bajar las persianas. No necesitamos el sol. Vamos a quemarnos. Tú y yo. 

Entrelaza-dos

fragmentos

Tregua de insomnio. Cuando despierto son ya las diez de la mañana. Por fin. Te siento en mi espalda. Miro nuestras manos, nuestros dedos entrelaza-dos. Me aprieto contra tu piel. Voy al baño a lavarme los dientes y las manos. En el espejo, parezco un mapache. Me has hecho sudar. El sexo embadurna de rímel y eyeliner los bordes de mis ojos. Me gusta mi cara negra de placer. Sonrío. Vuelvo a tu lado. Acaricio tu nuca despacito para no despertarte. Y la huelo. Las sábanas están todavía mojadas. Como yo.