Nunca imaginé que me encontraría contigo en la noche de Todos los Santos. Allí, al otro lado de la frontera, no puedo rozarte. No hay besos ni caricias. Ni siquiera huele a ti. Sólo tierra, tierra y lombrices, en mi espalda, justo donde deberían estar tus manos enormes, que ya no son manos, sino recuerdos. Delirios sin piel, con huesos.
fragmentos
Cómo te llamabas tú?
fragmentos—¿Si te pregunto una cosa me matas?
—No sé, prueba…
—El caso es que no recuerdo tu nombre.
—No me mires así, por favor. Ayer había bebido demasiado. Lo siento.
—De verdad, ¿qué importa un nombre? Me acuerdo de muchas otras cosas.
—¿Sí? ¿De qué?
—Recuerdo que te tapaste la cara con vergüenza después de besarte. Recuerdo tu timidez al quitarte la ropa. Recuerdo que te transformaste en otra cuando te pedí que te tocaras para mí. Recuerdo sentirte muy niña cuando te adormilaste encima de mi pecho. Recuerdo cómo se iba tranquilizando tu respiración. Recuerdo que esta mañana cuando he abierto los ojos me he enamorado de ti.
—¿No me dices nada?
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Cómo te llamabas tú?
(In)destructibles
fragmentosTe busqué todo un verano. El que me había propuesto que fuese el más feliz de mi vida. Qué ilusa.
Habían cambiado tantas cosas últimamente. Ya sabes, me corté el pelo muchísimo. El símbolo de haber terminado con todo aquello que me hacía daño. Sansón a la inversa. Siempre me gustó hacer las cosas justo al revés de lo que se espera.
Y allí estaba, en pantalón corto y camiseta de tirantes blanca. Mirando el móvil. Buscando tu nombre. Bloqueando el teléfono. Dejándolo boca abajo encima de la mesa. Volviéndolo a coger. Mirando nuestras fotos. Escuchando esa canción una y otra vez. Esperando(te) en un bucle al que no quería, o no podía, poner fin.
Pasó julio. Y agosto. La niña que vive en mí estaba convencida de que volverías en septiembre. Pero aquí no hay nadie. Ya no hay nada. Ni siquiera hace calor.
Puede que jamás me reconcilie con el verano.
Y se besaron
fragmentos—Estás muy callada. ¿En qué piensas?
—En Nueva York. Siempre pienso en Nueva York. Tengo una idea! Cierra los ojos y dame tu mano, aprieta la mía fuerte.
—No lo notas?
—El qué?
—Está lloviendo. Hay una tormenta de verano enorme sobre Central Park. No escuchas los truenos?
Él se reía. Ella siempre pensaba en Nueva York. Él siempre se reía.
—Míranos. Ahí estamos. Tú y yo. Mojándonos. Descalzos, despeinados, empapados. Felices. Míranos como en un travelling circular.
Él volvió a reírse.
—Mi amor, vamos a ir juntos a Nueva York, ¿verdad?
—Claro que sí, vamos a ir juntos al fin del mundo.
—Eso es imposible.
—¿Por qué?
—Porque juntos convertimos los finales en principios.
Quema-dos
fragmentosVuelvo a la cama y te encuentro. Dormido. Desnudo. Tu piel enredada entre las sábanas y el sol que quema justo en tus muslos. Envidia. Me quito la ropa de manera atropellada. Me tumbo. Lío más la madeja. Enredo mis dedos en tus manos, mis rodilla entre tus piernas, mi cuello en tus clavículas, mi aliento en tu mejilla, mi susurro en tu oído. Abre los ojos y mírame. Vamos a bajar las persianas. No necesitamos el sol. Vamos a quemarnos. Tú y yo.
Entrelaza-dos
fragmentosTregua de insomnio. Cuando despierto son ya las diez de la mañana. Por fin. Te siento en mi espalda. Miro nuestras manos, nuestros dedos entrelaza-dos. Me aprieto contra tu piel. Voy al baño a lavarme los dientes y las manos. En el espejo, parezco un mapache. Me has hecho sudar. El sexo embadurna de rímel y eyeliner los bordes de mis ojos. Me gusta mi cara negra de placer. Sonrío. Vuelvo a tu lado. Acaricio tu nuca despacito para no despertarte. Y la huelo. Las sábanas están todavía mojadas. Como yo.
Frío
fragmentosCalor. Qué calor. Apenas unas bragas blancas de algodón. El sudor me moja la nuca. Necesito agua. Agua helada. Agua congelada. Bebo. Con ansia. Se escurre por mi barbilla, por mi pecho. Se cuela en mi ombligo. Tregua. 35 grados a la sombra. Las persianas bajadas. Y un abanico rosa.
Tirito. No estás.
En su espejo
fragmentosOjalá pudiera mirarme a través de sus ojos. Descubriría mañanas eternos. Ordeñaría mis pechos con ansia, como si en ellos se escondiera el manantial de la eterna juventud. Y mis ojos… Quemándome y deshaciéndome a su antojo. Cuencas vacías llenándose de vida. Esos minúsculos gusanos blancos, asquerosos, volarían lejos. Imposible alcanzarlos. Y mi boca… Pequeña incluso para besar. Piedra de toque de las noches de invierno. Jugaría a retarme. Y ganaría.
En el abismo
fragmentosLa ausencia es un abismo. Un vacío en el que no hay nada más que nada. Invento que te recuerdo. Pero tus ojos verdes se desdibujan dentro de mí. Se diluyen entre recuerdos inventados que llenan vacíos abismales. Idealizo tu yo ausente. Me miento. La única certeza es que ya no estás. Y que si salto al abismo, me encontraré con la nada que me diluye en tus pupilas.
Aquel beso
fragmentosSe acabó aquel beso y había que inventar a qué jugar. Ahora acaricio tu pecho con el dedo índice de la mano izquierda esquivando quizás. Ahora me respiras buscando aroma a canela, a frambuesa, a certeza. Pero ya no huelo a diosa. Solo a mujer. Aquel beso tendría que haber durado un millón de años.