Teníamos tanta vida entre las piernas que dejamos de comer. A mí me bastaba contigo. A ti te bastaba conmigo. Nos alimentábamos de nuestra carne. Y así, de tanto tú en mí, de tanto yo en ti, perdimos las formas. Perdimos la cabeza. Lo perdimos todo, excepto los huesos de nuestras caderas chocando muy lentamente. Un vaivén que nos desquiciaba y consumía hasta que nos corríamos como los animales que éramos. Caníbales en los huesos que se devoraban hasta las entrañas.
Hoy he vuelto a mirarme en el espejo. Desnuda. Han vuelto. Esas curvas que partían cuellos, han vuelto. No sé en qué momento engordé. No sé en qué momento la colcha se secó. No sé en qué momento la cama se convirtió en un ataúd.
Nos hemos muerto. Tú y yo estamos muertos.